Mi entrada al mundo Apple, aunque en su momento no lo supe, ocurrió mucho antes de tener una Mac. Fue en 2006, con un iPod Classic. Aquel dispositivo de carcasa metálica, ruedita táctil y pantalla a color fue mi primer contacto real con el ecosistema de la manzana. Lo usaba para todo: escuchar música en el bus, sincronizar listas desde iTunes, organizar mi biblioteca como si fuera oro. Y fue ahí, sin darme cuenta, donde hice el click emocional con Apple (que por cierto el primer articulo de este blog fue una reseña de ese iPod).
Aun así, en aquel entonces seguía siendo un usuario hardcore de Windows. Literalmente había crecido usando Windows desde niño, y también había coqueteado con Linux en algunas etapas. Apple me gustaba, pero la veía como algo lejano, exclusivo, “para otros”.
Todo cambió años más tarde, cuando un conocido estaba vendiendo un MacBook Pro de 2006 el de 17". Recuerdo haberme dicho: ”¿Será que lo compro o no?” Y al final me dije que era hora de probar algo diferente Así que se lo compré. Ese fue el verdadero inicio de mi vida digital dentro del mundo Mac.
Al principio, todo me parecía extraño pero a la vez familiar. Gracias a mi experiencia con Linux, entendía algunos conceptos básicos, y eso me ayudó a adaptarme rápidamente. Poco a poco fui descifrando cómo funcionaba macOS, y descubrí que era mucho más amigable de lo que imaginaba. Y lo más impresionante: la fluidez con la que funcionaba todo.
Ese Mac venía con un procesador Core 2 Duo y 4 GB de RAM (que luego actualicé a 8 GB), pero aun así, el rendimiento era espectacular. Nada se trababa. Las aplicaciones abrían con rapidez, el sistema respondía como si tuviera un hardware mucho más moderno. Me enamoré de esa experiencia y, sin darme cuenta, ese Mac se convirtió en mi equipo principal.
Con el tiempo, empecé a alejarme de Windows para muchas tareas: revisar correos, navegar por internet, editar imágenes … salvo para los videojuegos, claro, que siempre han sido mi debilidad. Para todo lo demás, macOS se volvió mi espacio de trabajo diario , de hecho fue con este Mac con el que comencé este blog
Fue en esa etapa cuando descubrí Final Cut Pro y empecé a editar videos. Pero con el paso de los años, el MacBook de 2006 ya no daba la talla. Así que tomé una decisión arriesgada: compré un Lenovo con procesador i7, 16 GB de RAM y gráfica dedicada. Una máquina potente, sí, pero… no era un Mac.
A pesar de toda su fuerza bruta, el Lenovo no tenía el “feeling” Apple. Extrañaba la fluidez, la integración de software y hardware, los gestos, el diseño del sistema operativo… Era como tener un deportivo sin alma. Así que vendí el Lenovo y también me despedí de mi viejo Mac del 2006.
Y vaya cambio. Pasar de Intel al M1 fue un salto casi mágico. El Air M1 era silencioso, potente, eficiente, con una batería casi infinita. Todo lo que hacía en él —editar, escribir, navegar, grabar— se sentía rápido y sin esfuerzo. Lo conservé durante dos años y no me defraudó ni un solo día.
Hace solo un par de semanas, di el siguiente paso: me hice con un MacBook Pro M2 Max de 14". Y si el Air M1 ya me parecía brutal, este Pro M2 Max es directamente una bestia. Lo uso para editar video, escribir, trabajar, edición fotográfica y algo de programación … y todo va como un avión. Sí, sé que existen los nuevos modelos con chip M3 y M4, pero por ahora este equipo me va perfecto.
Asimilación de la experiencia
Hoy en día, tengo mi ecosistema Apple bien definido y construido: desde mi MacBook, pasando por mi iPad, mi iPhone , los AirPods Pro 2, hasta los HomePod mini que tengo repartidos por la casa.
Acabé tomando el ecosistema de Apple como norma. Salir de él me cuesta demasiado en términos de esfuerzo. En comparación con el resto de opciones del mercado, Apple me ofrece tantas ventajas que no estoy dispuesto a perder. Me he acostumbrado —de forma casi subconsciente— a vivir dentro de los límites que Apple define como “la experiencia de usuario correcta”.
Es entonces cuando te das cuenta de que el producto ya no es solo una herramienta, sino que se ha convertido en una parte de tu día a día. Se ha hecho un hueco en tu vida, un espacio tan cómodo que ya no puedes ignorar. Sin darte cuenta, has modificado tus gustos y tus necesidades en favor de una comodidad demasiado golosa… y sí, costosa, porque hay que decirlo: los productos de Apple no son baratos.
Pero con cada nuevo dispositivo que sumas, la experiencia mejora. La satisfacción final crece de forma exponencial. No es solo la suma de gadgets, es cómo se integran, cómo conversan entre ellos, cómo hacen que todo funcione con menos fricción. Apple no solo te vende productos. Te conquista a través del ecosistema.
¿Soy un hater convertido en believer? No lo creo. Creo que simplemente soy objetivo. Y si hay algo que puedo decir con seguridad, es que una vez que pruebas esta experiencia, difícilmente vuelvas atrás.




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